Entonces todo el pueblo dijo… “Amén”. Ese grupo ferviente de adoradores que gritan “amén” siempre ha tenido un lugar importante en la vida de la iglesia a lo largo de los siglos. Sin embargo, es raro encontrar ese grupo entre los presbiterianos. Somos conocidos como los “refrigerianos”, y con razón. Se ha dicho que a los metodistas les gusta gritar “fuego”, a los bautistas gritar “agua”, y a los presbiterianos les gusta decir en voz baja, “orden, orden”. Sin embargo, a pesar de las idiosincrasias de las diversas tendencias eclesiásticas, la función de la palabra amén va mucho más allá del uso que se le da en las denominaciones modernas.
La verdad de Dios es un elemento tan importante de la fe cristiana que no puede pasarse por alto. Hay quienes piensan que la verdad es negociable, o peor aún, que divide, y por lo tanto no debería ser un motivo de preocupación entre los creyentes. Pero si no nos interesa la verdad, entonces no tenemos razón para tener la Biblia en nuestros hogares. La Biblia es la Palabra de Dios, y la Palabra de Dios es verdad. No es solo verdad; es la verdad misma. Esto declaró de ella el mismo Señor Jesucristo (Jn. 17:17).
Por lo tanto, cuando cantamos un himno que refleja la verdad de la Biblia y terminamos cantando “amén”, estamos mostrando que aprobamos el contenido de la alabanza en el himno. Cuando decimos un “amén” coral al final de la oración pastoral, de nuevo enfatizamos nuestro acuerdo con la validez y la certeza del contenido de la oración misma.
La adoración en términos bíblicos es un asunto corporal. El cuerpo se compone de individuos, y cuando un individuo dice “amén”, se conecta a la expresión colectiva de adoración y alabanza. Sin embargo, se nos dice en las Escrituras que las verdades de Dios son “sí” y “amén” (2 Cor. 1:20), lo que simplemente significa que la Palabra de Dios es válida, es cierta, y se cumple. Por lo tanto, la expresión “amén” no es simplemente reconocer personalmente lo que se ha dicho; es someterse voluntariamente a las implicaciones de esa palabra, a ser constreñidos por ella, como si la Palabra de Dios nos atara con cuerdas, no para estrangularnos o detenernos, sino para mantenernos firmes en nuestro lugar.
Además, incluso en su enseñanza, de vez en cuando Jesús aprovechó la oportunidad para llamar la atención sobre algo que iba a enfatizar. Su práctica era algo parecido al sonido de un silbato, o al anuncio de un altoparlante en un barco: “Escuchen esto, les habla el capitán”. Cuando se hace ese anuncio en un barco, todo el mundo escucha, pues cuando el capitán se dirige a toda la tripulación, lo que dice es de suma importancia y urgencia. Sin embargo, la autoridad de Jesús va mucho más allá de la de un capitán de barco. A Jesús le ha sido dada toda autoridad en el cielo y en la tierra por el Padre. Así que cuando Él da el prólogo a una enseñanza y dice: “En verdad, en verdad les digo”, deberíamos estar con los oídos atentos para tomar nota instantánea de lo que el Señor va a decir después de esa introducción, ya que es de la mayor importancia.
Publicado originalmente en Ligonier. Traducido por Rachel Jobson.
Fuente:thegospelcoalition.org
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