Cada vez menos estadounidenses se declaran cristianos. Las comunidades católicas, protestantes y evangélicas han perdido terreno frente a quienes no se identifican con ninguna religión. Sin embargo, en las mega-iglesias ese declive parece un engaño estadístico, distante del fervor de los asistentes a esos templos y de sus carismáticos pastores.
De acuerdo con la definición del Hartford Institute for Religion Reserch, “el término mega-iglesia por lo general se refiere a cualquier congregación cristiana protestante con una asistencia semanal promedio de 2.000 personas o más a sus servicios de culto”. El fenómeno se inició en la década de 1970 y ha tomado auge en los últimos años con la expansión del protestantismo evangélico, la única tendencia que ha resistido en cifras absolutas el repliegue religioso entre los norteamericanos.
Pero el crecimiento espectacular de estas congregaciones, muchas al margen de las denominaciones tradicionales, ha despertado también dudas sobre su funcionamiento. Las críticas se han dirigido en particular contra la gestión autoritaria de algunos líderes, cuya ambición personal se mezcla con la misión de las iglesias. Además, el manejo de las finanzas y los salarios de los predicadores también ha levantado suspicacias.
¿Negociantes o pastores?
Un pastor cristiano de una pequeña congregación recibe un salario anual en torno a los 28.000 dólares, según la National Association of Church Business Administration. La diferencia con respecto a ciertos líderes espirituales de mega-iglesias es impactante.
Joel Olsteen, que años atrás aceptaba 200.000 dólares al año de la Iglesia Lakewood, ahora vive de las multimillonarias ventas de sus libros. Reside en una mansión en Houston, valorada en 10,5 millones de dólares. Ed Young, de la también texana Fellowship Church, devenga un millón de dólares, además de otros miles en estipendios y la posibilidad de viajar en un jet privado de 8,4 millones de dólares. Otros acumulan cientos de miles de dólares en sueldos, aunque esta elite aún representa una minoría dentro de las iglesias estadounidenses.
Esos ingresos fabulosos, que llegan a través de la venta de libros, material multimedia y donaciones, han transformado radicalmente la manera de transmitir los sermones. Las mega-iglesias más exitosas cuentan con equipamiento de audio y video de alta tecnología, instalaciones confortables para los feligreses, grandes estacionamientos, ofertas ajustadas a las diferentes edades, zonas recreativas y una localización privilegiada en áreas suburbanas de ciudades en plena expansión como Los Ángeles, Dallas, Atlanta, Houston, Phoenix y Seattle.
La esencia personalista de estas iglesias dificulta la rendición de cuentas a los feligreses. Cuando los pastores actúan como autoritarios directores ejecutivos de una compañía, con el poder que les otorga su liderazgo espiritual y su papel en la recaudación, entonces la línea entre la misión religiosa y la rentabilidad financiera se difuminan.
Una iglesia, como un Centro Comercial
Las mega-iglesias multiplican sus ministerios. La citada investigación del Hartford Institute compara esta variedad con la oferta de boutiques especializadas en un centro comercial. Ese abanico de opciones permite a los feligreses encontrar una respuesta casi personalizada a sus necesidades espirituales, más allá de la satisfacción que experimentan con los sermones. Además, los miembros muy activos pueden hacer voluntariado o emplearse al servicio de la congregación. El resultado es una comunidad dinámica, que se adapta a las expectativas de su “clientela” y funciona siete días a la semana, como cualquier comercio.
Para reavivar la llama religiosa y atraer nuevos clientes, las mega-iglesias se presentan como espacios no convencionales, donde los creyentes encontrarán una experiencia diferente. Ese mensaje se refuerza con la decoración más moderna, el mobiliario confortable, comodidades similares a las de grandes centros comerciales y sermones que tratan de tocar los problemas cotidianos. Algunas prefieren presentarse como herederas de congregaciones con profundas raíces en el pasado, pero renovadas, mejores y, sobre todo, más grandes.
Todas comparten una identidad que surge de la visión exclusiva de sus líderes espirituales, el llamado de Dios, la misión divina que han recibido. Esas revelaciones particulares les permiten acentuar la distinción frente a las iglesias competidoras y seducir a quienes merodean decepcionados de las viejas denominaciones. Es una suerte de disputa por las almas donde se recurre a técnicas del marketing, como cualquier negocio que trafica con la materia impía.
Y en esa carrera por multiplicar la feligresía han sustraído las “ovejas” de pequeñas iglesias. La asistencia promedio a los servicios ha caído dramáticamente en la última década, según el reporte Faith Communities Today, de 2015. Alrededor del 60 por ciento de los templos estadounidenses acogen menos de cien personas. Ese público se ha desplazado a las mega-iglesias, que no dejan de crecer.
Fuente: Yahoo Noticias
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